LOS NUEVOS MARGINALES
Marginal: “que está al margen, secundario o de menor importancia”.
Argentina posee una nueva clase de ciudadano de segunda: No es, como podría suponerse, la gente históricamente relegada, aquellos famosos “pobres”, sin acceso a las comodidades y lujos de la clase media. Hoy, aún con deficiencias y camino por recorrer, los sectores más humildes de nuestro país, han recibido diversos beneficios estructurales que, con mayor o menor impacto y éxito, los han puesto en una situación mejor que la tenían hace algunos años. Uno podría decir que han dejado de ser excluidos del sistema. Se los ha bancarizado, permitido el acceso a ciertos tipos de créditos, se les brindan sistemáticas ayudas económicas y financieras. Hoy la clase baja de Argentina posee un pequeño pero estable acceso al consumo, financiado por el estado nacional, por políticas que atraviesan los gobiernos de distintos colores y con origen en un universo de impuestos al sector productivo. Es de momento un acto de justicia social, que requerirá en todo caso de la evolución necesaria para no caer en el parasitismo de los beneficiarios.
Los nuevos marginales son hoy, los viejos emprendedores. Aquellas personas que demasiado pudientes para ser ayudadas y demasiado pobres para ser financieramente estables, peregrinan día a día las calles del país, obteniendo, extrayendo, recuperando riqueza, allí donde otros no ven mucho. Auténticos creativos y buscavidas que con pequeños comercios y actividades se organizan de manera razonable para sobrevivir, quizá mantener a una familia y porque no darse el lujo de unas vacaciones o un cero kilómetro.
Lo que no cierra en la ecuación de los últimos tiempos es el grado de presión tributaria contra cero beneficio. La suba desmesurada de los precios, la notable imposibilidad de generar ahorro, la multiplicación de impuestos (directos y encubiertos), el truncado acceso al crédito, la falta de estabilidad en las reglas de juego monetarias y productivas. Todos estos factores amenazan con acabar con una de las expresiones más válidas de la fuerza productiva de este país. El cuentapropista, el autónomo, el pequeño visionario, ya no son modelos a seguir socialmente. Se han convertido en profesiones de riesgo, donde el estado solo se hace presente para recaudar, pero no vela por los intereses de millones de personas en esta situación, de acuerdo a los propios números que convida AFIP.
La deuda del estado es grande. El independiente no posee obra social de base, estabilidad financiera, acceso al crédito blando, vacaciones, incentivos para ampliar sus estructuras productivas. El independiente tiene todo cuesta arriba y su ruina o su gloria dependen en exclusivo de su habilidad para los negocios y de cierta dosis de suerte y cuidado. Mientras no se le ocurra enfermarse o sufrir un siniestro, gana un día más para seguir peleando la situación.
Es hora de premiar el esfuerzo y reconocer el talento. Patear la calle no es tarea sencilla.
Columna de opinión, Maximiliano Echeveste – Colaborador