¿DÓNDE ESTÁN LAS FEMINISTAS?
Dónde están las feministas? Esa pregunta, lanzada en modo chicana o apriete, suele repetirse cada tanto en redes sociales y en boca de figuras que militan contra los derechos de las mujeres, lesbianas, no binaries, travestis y trans. ¿Dónde están las feministas?, preguntan con mala intención. Este 3 de junio las feministas estamos en las calles, otra vez, en una nueva convocatoria de Ni Una Menos, una fecha que se instaló hace ocho años en la agenda de los derechos humanos en el país, que marcó un antes y un después en la lucha contra las violencias machistas –y su expresión más extrema, los femicidios–, que le dio visibilidad masiva a la problemática y despertó la conciencia de género en miles de mujeres y diversidades de distintas generaciones, y que se convirtió en movimiento imparable de transformación: Luchamos por una sociedad más igualitaria. Eso es lo que no nos perdonan quienes militan por nuestro silencio.
Como el primer Ni Una Menos, la convocatoria de este sábado fue la consecuencia de la organización. Mujeres, lesbianas travestis y trans que se encuentran, que discuten, que proponen, que liman sus diferencias –porque siempre las hay y a veces parecen insalvables– para buscar puntos en común y lograr consensos.
Muchas veces es una tarea ardua. No es sencillo ceder. Pero en ese ejercicio de acordar, fuimos marcando agenda, conquistando derechos y empujando cambios fundamentales en el sentido común, en nuestros hogares, en sindicatos, en clubes, en empresas, en escuelas, en medios de comunicación.
Eso tampoco nos perdonan quienes han perdido privilegios como varones machitos, quienes han quedado expuestos por sus conductas patriarcales, muchas veces, incluso, que configuran delitos.
Cientos de mujeres y personas LGBTTIQ+ han dicho basta, frente a los abusos sexuales, sobre todo a partir de la denuncia de Thelma Fardín contra Juan Darthés, o han contado situaciones de violencia sexual –ejercida por otros varones–, vividas en sus infancias o adolescencias. Las tenían guardadas, a veces, hasta sin saberlo. En estos años logramos transformar la escucha de la sociedad frente a estos hechos tan dolorosos. Ahora es más empática. Elige creer. Todavía falta que lo haga la justicia. Los prejuicios y estereotipos de género persisten. De los tres poderes, el judicial ha sido el más reaccionario y resistente a dejar su sesgo patriarcal. Por eso reclamamos una reforma judicial feminista.
Muchas mujeres y diversidades en estos años han peleado lugares en gremios, en centros de estudiantes, en el propio Congreso, donde en 2017 se aprobó la paridad y leyes similares se han ido sancionando en legislaturas provinciales. Nunca en la historia institucional argentina una mujer había sido elegida por sus pares como presidenta de la Cámara de Diputados de la Nación, hasta agosto de 2022, cuando asumió Cecilia Moreau. Paradójicamente, el cuerpo legislativo se sigue nombrando en masculino. Una resistencia, simbólica, pero resistencia al fin.
En estos años se aprobó la Ley Micaela, la Educación Sexual Integral se siguió expandiendo, cada vez más niñeces y adolescencias trans han podido acceder a su derecho a la identidad de género autopercibida, conquistamos la IVE, el cupo laboral trans, se consiguió que el acoso callejero y la violencia política hacia mujeres se incorporen en la Ley 26485 de protección integral como otras modalidades de violencia machista –y ahora se espera sumar la violencia digital–. Han sido logros de la organización feminista, como también instalar en la agenda mediática y política la discusión en relación al incumplimiento de las cuotas alimentarias como violencia económica y amplificar cada vez más las consecuencias del reparto desigual de las tareas domésticas y de cuidado para exigir políticas públicas que den respuesta a esas desigualdades. Esperamos que avance el tratamiento en el Congreso de varios proyectos vinculados a esta problemática.
A veces la articulación feminista es más visible, a veces, más subterránea.
La reacción conservadora, frente a un activismo transfeminista que trasciende fronteras, es de manual. Sus discursos de odio pretenden callarnos. No quieren perder su condición de dueños, como dice Rita Segato, –y de dueñas, porque como sabemos, el campo conservador está lleno de mujeres dueñistas–. Dueños –y dueñas– de nuestras vidas y nuestros cuerpos.
No se trata de vencedoras y vencidos. Queremos una sociedad más democrática, queremos un país más justo. Ni más ni menos.