ECONOMÍA

¿POR QUÉ LOS ALIMENTOS SON CAROS EN ARGENTINA?

Pocas multinacionales concentran el grueso de la producción de alimentos. El drama de ganar en pesos pero pagar el plato de comida en dólares.

“Sergio (Massa) dijo que el año que viene habrá un crecimiento económico. Pero yo no quiero que el crecimiento de 2021 se lo queden tres o cuatro vivos nada más. Y para esto hay que alinear salarios y jubilaciones, precios -sobre todo de los alimentos- y tarifas”. Algo huele mal en nuestros alimentos y Cristina Kirchner, durante el acto encabezado por el Frente de Todos en La Plata, volvió a ponerlo sobre la mesa: una buena parte del plato está dolarizado, mientras que la moneda usada para comprar en las góndolas es el peso. Hay una problemática estructural al respecto, intensificada durante el gobierno de Cambiemos, y las palabras de la vicepresidenta abren el juego de identificar en qué eslabón de la cadena productiva aparecen los dólares, cómo impacta en la economía diaria y lo más importante: cómo quitarlos del medio, ¿en 2021?

Allá por septiembre, cuando se analizaba la prórroga de la Ley de Emergencia Alimentaria hasta el 31 de diciembre de 2022 -finalmente prorrogada- resaltó la voz del sociólogo Alex Roig, de la Usina del Pensamiento Nacional y Popular: “Si el alimento está caro es porque está dolarizado. Hay un modelo de negocio alimenticio que es causante del hambre”. La Ley de Emergencia Alimentaria se sancionó el 15 de enero de 2002 y permite el incremento mínimamente del 50% del presupuesto dedicado a políticas vinculadas a la alimentación. Esto significa que, de mínima, hace 19 años que el modelo al que refiere Roig pone en situación de alerta a la alimentación de los sectores más vulnerados. Y si el dólar tiene que ver, entonces ¿en qué?

En primer lugar, tal como el Ministro de Economía Martín Guzmán, aclaró en reiteradas ocasiones, es válido aclarar que las importaciones se rigen al dólar oficial, cercano a los $90 y no al dólar blue o paralelo. No obstante, Jorge Pazos, Consejero Titular de CAME y Presidente de la Cámara Argentina de Arándanos y otros Berries (CAPAB), explicó que, eventualmente quienes disponen de bienes para la venta, evalúan el dólar al que invertirán su reposición, que varía de acuerdo a las expectativas de devaluación, lo que provoca una cobertura que hace que los valores de los insumos suban.

Por otro lado, tanto el packaging y el envase también se componen de insumos dolarizados (dólar oficial), así como los químicos, agroquímicos, semillas de granos de maíz, soja, trigo, girasol, la maquinaria agrícola, la proteína vegetal, la energía eléctrica y el combustible, entre algunos elementos principales. Daniel Rosato, presidente de Industriales Pymes Argentinos (IPA) cree que el equipo económico “sí se esfuerza por generar consensos con las grandes empresas”, y que el mayor obstáculo está en la remarcación de precios en los comercios. “El desfasaje de precios se marca en muchos casos no en los productores sino en las cadenas comerciales. El diálogo sirve para que la industria, que lleva los productos a las góndolas, tenga previsibilidad y no aumentos sorpresivos”, aseguró. De hecho, según CAME, los consumidores pagan casi 5 veces más de lo que reciben los productores

Lo cierto es que igualmente se produce y comemos a precio dólar. Entonces, frente a un aumento de la divisa, los sectores que cierren paritarias por debajo de la inflación quedan desactualizados y los sectores populares perciben mayormente el impacto en el aumento de precios de los alimentos, porque dedican una mayor proporción de sus ingresos a la adquisición de estos productos de consumo esencial.

Es difícil desacoplar una devaluación con su traslado a los precios de los alimentos. Más cuando el sector de la agroindustria tiene peso pesado. El presidente de la UIA, Miguel Acevedo, es cuñado del presidente de la Aceitera General Deheza. El vice, Daniel Funes de Rioja, fue reelecto por sexta vez como autoridad máxima de la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios (COPAL), institución de máxima relevancia en el sector y que constantemente fastidia las negociaciones por la regulación de precios con el Gobierno.

En este sentido, hay una ventaja histórica de los grandes formadores de precios de alimentos dentro del mercado argentino, que propician la suba del valor de la divisa y logran beneficiarse a costa de salarios de pobreza. “Ambos eslabones de la cadena, en la oferta y la demanda de productos alimenticios, son en un gran mayoría de capitales extranjeros, donde las empresas de producción y exportación son parte de una red internacional. Estas filiales en Argentina remiten la rentabilidad en divisas por ser la moneda de cambio internacional. Hay un sistema de control de precios inexistente y errado, sobre todo por la dificultad de controlar el flete y la logística. El dólar para la fijación de rentabilidad es el dólar fuga o de sacar los capitales al exterior, que suele hacerse mediante del dólar CCL y eso hace que la cotización de la moneda para la fijación de precios esté en los $140 aproximadamente en la última semana”, explicó Guillermo Siro, empresario PYME y presidente de Confederación Económica de la Provincia de Buenos Aires (CEPBA), a El Destape. “No deberían variar los dólares que no son de intercambio comercial, el blue no tiene injerencia, aunque el CCL y MEP sí. A los muchachos les hace falta pagar salarios, generar operaciones de rentabilidad y tener adoquines, calle” agregó otro empresario en off.

Las multinacionales que se encargan de enriquecerse mediante sus monopolios u oligopolios son pocas, valga la redundancia, pero poderosas. Bien explica el economista Horacio Rovelli en El Cohete a la Luna, una veintena de industrias elaboran el 80% de los alimentos y bebidas que se venden en el mercado interno argentino (Arcor, Molinos Río de la Plata, Danone-La Serenísima, Adecoagro, Ledesma, Coca Cola, Nestlé, Mondelez-ex Kraft, Molinos Cañuelas, Morixe) y las grandes cadenas de ventas (Coto, Carrefour, Cencosud, la Anónima, Walmart) manejan el 65% de la comercialización de esos bienes consumidos. Por lo tanto, regular el proceso de formación de precios se torna más que difícil de resolver si no hay políticas claras y personalidades que marquen un contrapeso del otro lado de la mesa. “En la Argentina no hay estudios serios de costos y menos de márgenes de ganancia, razón por la cual se recibe el dato suministrado por la empresa, principal interesada de que ni el gobierno ni los consumidores sepan cuáles son sus utilidades”, sentenció Rovelli en su artículo. En este sentido se puede pensar en el programa Precios Máximos, actualmente en proceso de desarticulación: válido para el control de precios, pero insuficiente para revisar la estructura de costos.

Según un informe del instituto CREA, los cultivos con mayor participación de costos en dólares son el girasol y el maíz, con un 72% y 61% respectivamente. En la lechería, un modelo productivo de intensidad intermedia, el 69% de los costos totales son costos fijados en la divisa extranjera mientras que en la carne, feedlot con tenero un 31% y sin ternero un 69%, de acuerdo al sistema ganadero elegido.

Los casos más alarmantes de especulación y fijación de precios se notan en la comercialización de harina y aceite. Según un especialista del sector, el problema dentro de la industria aceitera es que sus precios están internacionalizados y la concentración es grande: Aceitera General Deheza, Molinos Río de la Plata y Arcor concentran casi el 100% de la comercialización interna, y Oleaginosa Moreno-Glencore, Vicentin y ACA (Asociación de Cooperativas Argentinas) el 90% de la externa. En tanto la problemática del precio del pan y su abastecimiento, es que los productores de trigo entregan a destiempo el cereal a la industria que produce harina, ya sea por retención para luego exportar o bien porque aguardan a una devaluación del peso. Así, con el trigo retenido, los molinos pequeños, sin stock, se ven en la obligación de aumentar los precios ofrecidos por el cereal, mientras que los grandes tienen la capacidad de asegurar el stock necesario. Un total de 161 empresas se reparten la molienda del trigo y la más importante recopila 12 establecimientos de tarea, cuando la mayoría solo uno. “El gran problema son los formadores de precios y sus aumentos que sobrepasan muy por encima a la inflación sin sentido. La dolarización impacta en la economía en forma de inflación. Hay que seguir en la búsqueda del consenso entre el sector público y privado para mayor previsibilidad”, reflexionó Rosato.

Para Ramiro Martinez, presidente de la Confederación Argentina de Trabajadores Cooperativos Asociados (Conarcoop), la complejidad de la situación se refleja en el reciente paro del gremio aceitero. “La última lucha de los aceiteros fue en pos de equilibrar la exportación de lluvia de dólares para un grupo monopolio y salarios de pobreza que quedan totalmente desfasados en un sector muy dolarizado. Se exportaron 79 millones de toneladas este año. Hay un sector que durante cuatro años fue beneficiado y hoy empuja a una devaluación que impacte a la Argentina en medio de un nivel de pobreza muy alto”, contó.

Desde la perspectiva solidaria Conarcoop encontró una alternativa. En San Martín, en conjunto con la Molinera Saladillo, una cooperativa recuperada, se desarrollan 32 mil kg de harina cada dos semanas para los comedores de la zona. “Mejoran los precios de venta, sistematizan un volumen de venta de casi 70 mil kg por mes y genera desarrollo local en Saladillo. Hace frente a los grupos concentrados con herramientas de consumo interno”, sintetizó el líder de Conarcoop y mencionó que solicitó una audiencia a Alberto Fernández para impulsar estas herramientas en medio de la puja de precios que se estima se agravará en 2021.

Siro también destacó la política de retenciones sobre la materia prima a fin de desdolarizar los alimentos. “Si las retenciones se eliminan y hay devaluación, terminamos con un 50% de inflación” explicó, tal como prácticamente sucedió en la gestión anterior. De todos modos, Pazos agregó a este medio que “no todos los insumos están dolarizados de forma directa”, como sí pueden ser cuando no hay a nivel nacional la banana, palta, almendras, carne de cerdo, entre otros.

La solución desde el sector PYME, aseguró el empresario de CEPBA, viene de la mano de la inversión en tecnología ya que las multinacionales “no van a promover la tecnología aquí, porque nos volveríamos competitivos” y del refuerzo de la articulación del trabajo de las pequeñas y medianas empresas con el comercio de proximidad. “La respuesta es un costo operativo menor, pero también lo es la capacidad de lobby de las pymes-como para imponerse-. Los porcentajes de rentabilidad de las multinacionales están por encima de la media de cualquier lugar del mundo, mientras que el sector interno tiene ventajas comparativas y competitivas para aprovechar. En París no hay ningún Carrefour, mientras que en La Plata tenemos tres o cuatro que destruyen y monopolizan el consumo”, ejemplificó.

“Se debe frenar a como dé lugar y sin miramiento la existencia de todo dólar que no sea oficial y no convalidar aumentos de precios sin una estructura de costos que los respalde y demuestre, controlar que no se realicen subfacturaciones de exportaciones y no dejar abierto ningún mecanismo de fuga que garantice que el tipo de cambio no se dispare”, sintetizó Rovelli en su artículo y efectivamente aplica a este. Un último dato no menos importante, más bien clave, vinculado a la concentraciçon de la tierra -también insumo dolarizado- en Argentina: en el libro La Argentina agropecuaria, de Mempo Giardinelli y Pedro Peretti, los autores cuentan que solo hay alrededor de 6.000 familias y sociedades (mayormente internacionales) que controlan el 48% de la tierra cultivable. En tanto, cerca del 20% de los argentinos comen solo una vez al día. La conclusión bien la dejó una vez Martín “Chino” Navarro, el dirigente del Movimiento Evita: “El hambre es una deuda de la política”

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