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NO SON LAS MALAS COMPAÑÍAS SINO LA MALA EDUCACIÓN LA QUE “PIERDE” A LOS NIÑOS

Muchas personas suelen afirmar que los “hijos se pierden en la calle”, que las malas compañías son la causa de sus malos comportamientos. Sin duda, el grupo de amigos influye enormemente en los niños, sobre todo cuando llegan a la adolescencia, pero normalmente ese proceso de “pérdida” comienza mucho antes, bajo el techo del hogar y debido a la educación recibida.
Padres demasiado ocupados, niños que crecen sin rumbo
“Antes de enseñar a leer a un niño, enséñale qué es el amor y la verdad”, dijo Gandhi. Desgraciadamente, en la actualidad muchos padres se preocupan más por los resultados académicos de sus hijos, por apuntarlos a las actividades extraescolares para darles un “buen futuro”, que por pasar tiempo de calidad con ellos, estrechar los lazos afectivos y transmitirles buenos valores.
Con este discurso no se pretende poner la responsabilidad exclusivamente en los hombros de los padres ya que sabemos que es muy difícil compatibilizar las demandas laborales y sociales con el rol de progenitores, pero es importante reflexionar sobre la cuota de responsabilidad que cada padre o madre tiene sobre el rumbo que toman sus hijos.
De hecho, un estudio realizado hace poco en la Universidad de Connecticut en el que se analizaron los datos de 36 investigaciones que incluyeron a 10.000 padres y sus hijos e hijas, reveló que cuando los progenitores asumían un estilo educativo frío y distante, esos niños y niñas no solo se sentían rechazados, ansiosos e inseguros sino que también eran más propensos a mostrar comportamientos agresivos y hostiles.
Sin duda, la falta de atención, los castigos y la humillación, así como las necesidades emocionales insatisfechas durante los primeros años de vida se convierten en el caldo de cultivo ideal para que los niños, y más tarde los adolescentes, busquen en la calle el apoyo y el vínculo afectivo que no han recibido en casa.
Por otra parte, no debemos olvidar que los niños necesitan un modelo a seguir, necesitan ser educados en ciertos valores. Si crecen sin recibir el respeto de sus padres, pensarán que los demás tampoco merecen respeto, por lo que serán más propensos a burlar las normas y meterse en problemas. Cuando un niño tiene una autoestima sana y sabe que merece el mismo respeto que le debe a los demás, es menos probable que se deje influenciar por las malas ideas del grupo de amigos y muestre comportamientos antisociales.
Por supuesto, siempre habrá excepciones. No es menos cierto que hay niños que han crecido en familias disfuncionales y se convierten en adultos equilibrados y asertivos mientras que otros se han educado en un ambiente aparentemente ideal y, aún así, muestran conductas inadecuadas.
La buena educación de hoy, evita males mayores mañana
• Hazle saber a tu hijo que su opinión cuenta. Aunque sea pequeño, es importante que se sienta escuchado y valorado. También debes hacerle entender que debe respetar las opiniones y decisiones de los demás. De esta forma estarás sentando las bases del respeto.
• Pon normas y hazlas cumplir. Un niño que crece sin normas no es feliz, simplemente porque no sabe qué se espera de él y cómo orientar su comportamiento. Por eso, es importante que los padres establezcan ciertas normas que garanticen que todos los miembros del hogar se sientan a gusto y se respetan.
• Educa con amor. Es posible disciplinar con amor, hazle entender a tu hijo que estás castigando su comportamiento, no su persona. Es importante que sepa que aunque se haya equivocado, le quieres igualmente.
• Dedícale tiempo de calidad. Durante los primeros años de vida los niños desarrollan su patrón de apego, que después mostrarán en el resto de las relaciones que establezcan a lo largo de su vida. Por eso, es importante que le dediques tiempo, que le hagas sentir seguro y que te mantengas al tanto de sus necesidades emocionales.

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