LA VIDA EN MODO DE “OPTIMISMO TRÁGICO”
Las problemáticas de salud mental atraviesan de lleno a una generación que llega a la adultez con más incertidumbres que certezas. El dinero, las preocupaciones por el futuro laboral y los desafíos profesionales, en el centro de la escena. Tres jóvenes adultos reflexionan ante Página|12 sobre los desafíos, temores y ansiedades que enfrentan. La visión de los especialistas.
La primera vez surgió en la hora de almuerzo del trabajo. O fue a la salida de un partido de fútbol. O en un encuentro casual de pocos minutos en calle. Primero tuvo el foco en la plata o la preocupación por la incertidumbre laboral, o con el terror que eriza la piel al pensar en futuro, en cómo planificarlo, en cómo pagar la renovación del alquiler. Estos temas, y más, pisan fuerte en las conversaciones de los jóvenes que se enfrentan a su primera etapa de crisis económica profunda como adultos con más preguntas que respuestas y atravesados por la ansiedad y la angustia.
—“Entre mis amigos aparece mucho la incertidumbre como cosa angustiante. Como si hubiera poca posibilidad de planificar a futuro”.
—“En líneas generales veo que hay una cuestión de angustia, y lo vivimos como en un optimismo trágico, entendiendo que el trasfondo es así y que hay que disfrutar”.
—“Está la sensación de cansancio de estar trabajando para terceros y de muchos amigos a los que no le gusta porque no pagan bien o no están de acuerdo con lo que ofrecen”.
Quienes hablan son Catalina, Matías y Juan, jóvenes de entre 25 y 30 años que reflexionan ante Página|12 sobre los desafíos de transitar el camino a la adultez en un contexto de crisis económica y narrativas dominantes que miden cualquier elemento en términos económicos y de productividad, con el espejo avasallante de las redes sociales, donde predominan los discursos de éxito, felicidad y goce, muchas veces alejados de la vida real.
Cada uno con su camino palpa eso que ocurre en sus grupos de amigos: las charlas giran alrededor de la plata, de las frustraciones laborales y los enojos por la falta de capacidad para planificar. A la vez, ponen la mirada en el futuro y se preguntan cómo se puede salir de esta encrucijada paralizante en una época de cambios, búsqueda de la independencia y toma de decisiones nodales donde los años por venir asoman inciertos como pocas veces se ha visto en la historia argentina reciente.
Para Catalina, de 27 años, editora de contenidos para una start up, hay dos aspectos en juego en la cabeza de los jóvenes adultos: por un lado, “todos tienen menos plata” y el fin de mes aparece como una idea de largo plazo. Por otro lado, en muchos imperan los discursos de “esos niños de TikTok que parecen tener muy clara la vida, que dicen como ‘tenés que hacer plata’, como si el dinero fuera un fin en sí mismo”.
Matías, investigador del Conicet de 28 años, también pone el ojo sobre estas narrativas: “En mi círculo tengo diversidad y gente con las que discuto estas cosas. Creo que hay que pensar en cómo se construyen las narrativas sociales de progreso. No es nuevo, pero está muy palpable hoy que lo único que vale es el reconocimiento de la vida y el esfuerzo en dinero, hay muy pocas narrativas sociales de reconocimiento social”.
Juan, de 26 y trabajador freelance en el universo tecnológico, también piensa el asunto: “Veo la necesidad de amigos de valerse por uno mismo. No depender de los padres. Poder decir ‘me banco mis propias cosas y vivo mi vida’. Ese imperativo es cada vez más complicado. Y después tenés todo lo que muestran las redes sociales, esa necesidad de vivir bien que se te puede trasladar en objetos de lujo como viajes, posesiones y demás. Esto se puede ver como un sueño imposible, pero que sigue operando. Frente a esas metas, hay frustraciones”.
Además, Catalina agrega a estos puntos: “Aparece cierta ansiedad. Por ejemplo, una amiga tiene un trabajo que está trastabillando y está buscando laburo y le genera mucha angustia. Y piensa ‘hace diez años que trabajo, soy formada, tengo recorrido y no sirve’. Como si la trayectoria no tuviera un valor en sí mismo”. A esto, dice, hay que sumarle el factor pandemia, que en esta generación fue, en muchos casos, sencillamente como un “gap de tiempo” vacío.
Aparecen, así, varios puntos claves en el radar. La plata (o, más bien, su falta), las narrativas de progreso importadas de las redes sociales que miden todo en términos monetarios, el imperativo de independencia, las frustraciones laborales en un contexto generalizado de bajos salarios (el salario formal promedio está por debajo de la línea de pobreza), la angustia y la sensación de que, en ciertas ocasiones, hay una falta de sentido y de ponderación de las trayectorias laborales y académicas.
Todas estas problemáticas aparecen de manera frecuente en los consultorios psicoanalíticos. Así lo explicó a este medio Natalia Yasuda, docente y licenciada en psicología: “Surge la queja, esta angustia de qué va a pasar en un futuro. Cómo puedo atravesar estas dificultades. Porque no es algo que uno controle del todo. Es algo de lo que viene del afuera. Aparecen situaciones de mucha tristeza. Mucha angustia. Muchos miedos. Mucha ansiedad. De que por ahí hay algo de esa ilusión con la que uno trata de vivir el día a día que se ve impedida”.
Para la licenciada en psicología Clara Casal también se juega algo en este sentido dentro del consultorio: “Aparece la preocupación con respecto a lo económico y la idea de que es algo que hay que resolver rápidamente. Aparece la idea de que hay que solucionar lo económico antes que pensar en qué quiero hacer de mi vida o a qué me quiero dedicar”. Y pone el ejemplo de algún joven que quizás quiere dedicarse al arte, pero no lo hace por sentir que ese camino no tendrá una respuesta económica rápida en un contexto en el que lo mismo pasa con decenas de trabajos profesionales mal pagos.
Ambas prestan una reflexión para pensar este dilema. Para Casal, el desafío está en que estas preocupaciones económicas muchas veces obturan y no se da lugar a preguntarse por qué es lo que se quiere hacer de mi vida, qué es lo que uno quiere hacer. El deseo debajo de la roca de la crisis. Para Yasuda, la clave está en pensar las “propias resistencias fantasmáticas” y ver cómo desde la individualidad se puede destrabar el conflicto y que cada individuo, “cada subjetividad”, pueda, a pesar de todos esos obstáculos, “continuar sin que sea tan aplastante”.
Si en cualquier contexto la independencia puede vivirse como una instancia de desafíos, en este contexto de crisis económica y de imperativos de progreso económico rápido —por no mencionar otros imperativos de belleza y tendencias— las ansiedades se multiplican. Por eso quizás el desafío está en ver de qué manera se pueden armar los parámetros propios para medir los progresos, de qué manera se pueden destacar las cosas positivas en las trayectorias propias o colectivas, por más que el contexto no ayude y sin que eso signifique, necesariamente, “fingir demencia” o tener una mirada benevolente con las injusticias que impactan día a día.
“La posición frente a un Estado más ausente no puede ser ‘ay, qué mal, estoy desamparado’. Siento que ese motor de acción, desde ‘hagamos cosas’ o ‘armémonos nuestro quiosco de lo que sea’ es una energía muy vital, transformadora, que no está”, quizás, en esta propuesta de Catalina, se encierra el corazón del desafío: volver a pensar qué pasa con esa energía vital que para los jóvenes adultos parece estar en una constante espiral descendiente.